¡Que alegría amarse recíprocamente!
Charlote de los Estados Unidos nos cuenta:
Cuando llegué a la escuela vi que Elisabeth estaba llorando.
Quise estar con ella y, para que no llorase más, le presté mi muñeca.
Ella dejó de llorar y me dio un dulce. Estaba feliz porque pude vivir el amor recíproco.
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